LA BELLEZA DE DIOS EN SAN PEDRO DE ALCÁNTARA III
Todo santo es un reflejo y presencia viva de Dios con nosotros. Lo que transforma al santo en belleza de Dios es la oración. La oración es una vía luminosa llena de belleza espiritual. Descubrirla es un don del Espíritu Santo, que es el autor de la belleza que procede del Padre y del Hijo. Es un tesoro precioso del alma que llena de resplandor y pureza al espíritu. La alcanza el que la busca, y buscarla es un arte de belleza lleno de amor, entregado y jubiloso, que reviste al que ora de resurrección y vida nueva.
En el diálogo de la oración, San Pedro descubrió al Dios presente, que entre en él. Para los que buscan pruebas de Dios, el santo en oración puede ser el primer paso firme de la demostración de su existencia. Con la oración el Santo entra en el atrio sagrado que conduce al misterio de Dios. Moisés buscaba dialogar con Dios directamente. Pero solo estando situado ante el asombro de la zarza ardiente, descubrió en la belleza simbólica del misterio, que aquél que le hablaba era el mismo Dios, que Dios estaba allí, que no le veía, pero que Él era el que hablaba. Y pasó de lo bello de la contemplación a lo maravilloso de lo real, a la necesidad de descalzarse para introducirse en la silenciosa tierra de lo sagrado, donde Dios habla y dialoga en directo y presente (Ex. 3).
En la zarza de su diminuta celda, San Pedro descalzado de lo humano, ardía en amores sagrados, contemplando en silencio el misterio infinito del amor de Dios, revelándole la maravillosa belleza del Dios Trinitario.
Fr. Arsenio Muñoz, ofm.
