TRATADO DE LA ORACIÓN Y MEDITACIÓN (III)
Ya sabemos que san Pedro de Alcántara escribió "un libro que ahora se lee mucho", que es buena su lectura, pues viene de una persona que se ha ejercitado mucho en la oración, y de la abundancia del corazón habla la boca.
Muchas veces clasificamos a las personas por un gesto, una acción, un dicho, y nos olvidamos de todo lo demás, dejando así en oscuridad la figura total de la persona. Así ha sucedido con san Pedro de Alcántara, gran penitente, descrito por sus hechos de extremada penitencia y pobreza, por su reforma descalza, por su fuerza en la vuelta a los orígenes del evangelio, de la primitiva regla de san Francisco; por casi no comer ni dormir.
Sin negar los hechos tan fuertes y sobresalientes de su personalidad, de su vida, habría que descubrir su lindo entendimiento, su suavidad en las palabras, su amor tierno y delicado hacia la Encarnación, el Nacimiento, la Pasión.
Existe en el Tratado de la Oración y Meditación un aviso que "siempre han dicho y argumentado" que es exclusivo de san Pedro de Alcántara. Es el octavo aviso: que no hay que hacer arte de la gracia y atribuir a reglas y artificios humanos lo que es pura dádiva y misericordia del Señor".
Los negocios de Dios se han de tomar y requieren una profunda humildad. Hay que entrar por la puerta de la humildad, se alcanza por humildad cuanto se desea, se conserva y se agradece con humildad, sin repunte de confianza en uno mismo, en la manera de rezar, ni en cosa suya.
Ahí se está mirando la Encarnación, el Nacimiento, la Muerte y Cruz de Cristo. Ahí se aprende y se imita la humildad.
No es un pasatiempo bonito la Navidad, ni árboles llenos de estrellas con luces, ni sonrisas de un momento como espumas o burbujas. Es humildad del Hijo, amor a todos. Ahí se aprende la total confianza en Dios, el modo de vivir y querer, de convivir y seguir un camino verdadero. San Pedro de Alcántara procede al exterior desde su mundo interior, contemplativo, cargado del Amor infinito y entregado del Hijo.
¡Contempladlo y quedaréis radiantes! Recibiremos con gozo la invitación desde Belén, una invitación a ser humildes, confiados en la pobreza humilde y amorosa del Hijo de Dios.
fr. Victorino Terradillos
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